Entre los cambios más profundos, emocionantes y
transformadores...
1. Descubres en tu interior una fuerza que te agarra de
sorpresa y hasta te asusta por su intensidad. Te sientes como una leona,
preparada para defender a tu "cachorro" con tus propias uñas y
dientes.
2. Te das cuenta que puedes ir más allá de tu límite, y del
límite de tu límite, y del límite del límite de tu límite... Y esto te hace
sentir infinitamente exhausta y fatigada, pero a la vez infinitamente capaz
(¡qué verdad tan verdadera!).
3. Sientes crecer dentro de ti un amor tan fuerte, poderoso
y profundo, que a veces hasta te espanta y confunde. "¿Podré querer a otro
ser como a esta criatura?", te preguntas. Ya verás que sí (y ésa será tu
gran sorpresa cuando nazca tu próximo hijo).
4. Empiezas a entender, respetar y admirar a tus padres como
nunca antes en la vida — "no es posible que mi mamá haya hecho todo
esto", pensaba, "¡con cuatro hijos, tan joven cita y sin pañales
desechables!" — y crece genuina mente tu comprensión y gratitud hacia
ellos.
5. Por primera vez entiendes que "sacrificio" no
significa sufrimiento sino: "sacro" + "oficio", o sea,
"trabajo sagrado". Comprendes la enorme importancia del lugar que
ocupas en el mundo como madre, y el gran valor de tu trabajo.
6. Aumenta tu compasión por todos los niños. Poco a poco te
vas haciendo madre no sólo de tus hijos, sino de todos los demás niños del
mundo. No soportas ver sufrir a un niño en las tele noticias, ni en una película
de televisión, ni en la calle.
Y entre los cambios más cotidianos...
7. En tu casa, tu vida, tu trabajo... reina un nuevo orden,
o más bien, desorden. Aceptarlo es clave para tu felicidad y paz interior, o
sea que date por vencida y disfrútalo.
8. Descubres el placer y el valor de los momentos de
silencio, de una ducha caliente al final del día, una tacita de té con una
amiga, una película en casa con tu pareja, una noche de sueño profundo... y
disfrutas a fondo cada uno de esos instantes.
9. Borras de tu diccionario la palabra "asco".
Cuando a tu hijo se le cae el chupón en el piso, lo recoges tranquilamente y lo
"limpias" con naturalidad en tu propia boca antes de volvérselo a
dar.
10. Aprendes a dominar el arte de la improvisación. Compones
increíbles melodías, transformas tus dedos en marionetas, e inventas
fantásticas y absurdas historias para mantener entretenido a tu bebé (sobre
todo cuando está cansado, aburrido o enfermo).
11. Tu cinturita (y todo lo que queda al norte y al sur de
ella) definitivamente no es la misma de antes, pero te sorprendes al darte
cuenta de que estás mucho más interesada en el ombligo de tu bebé que en el
tuyo propio.
12. Las horas dejan de tener 60 minutos y los días dejan de
tener 24 horas. El tiempo ahora parece transcurrir a un nuevo ritmo (debido
seguramente a algún arte de magia del bebé) y por ese extraño cambio llegas
retrasada a casi todas tus citas.
13. Los momentos a solas con tu pareja son escasos y breves,
pero los dos aprenden a disfrutarlos y aprovecharlos, aunque un cierto llorón esté a punto de interrumpirlos.
14. Como un malabarista que va agregando más y más objetos a
su acto, aprendes a hacer dos, tres, cuatro, cinco... cosas a la vez, ¡y sin
que se te caiga ninguna pelota!
15. Compruebas que nada, ni siquiera las matemáticas, es una
ciencia cierta.
Y por fin, como esa leona que defiende a sus cachorros, a
medida que crecen vas "soltando la rienda" y te das cuenta que ser
mamá no significa proteger eternamente a tu niño de los peligros, problemas y
conflictos de la vida, sino permitir que vaya enfrentando sus pequeños problemas, confiada en haberle dado las herramientas necesarias para que vaya
aprendiendo a solucionarlos.
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